sábado, 27 de septiembre de 2008

LA FERIA DEL CAMPILLO

Torta de la Virgen

Todos los años me pasa igual. Todos los otoños me ocurre lo mismo. Ayer, paseando abstraido por el centro de la ciudad, me llegan a las napias un intenso y confitado olor dulzón inconfundible, que me transporta a muchos años atrás: ¡La Feria del Campillo...!

No llegó nunca a ser una Feria auténtica, no hubo columpios, ni atracciones, ni tampoco casetas. Fue más bien una exhibición abigarrada y olorosa del otoño granadino y que vino de la mano de la festividad de la Virgen de las Angustias.

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Tuvo siempre un olor particular: Tortas y frutos secos y del otoño. Frutos, con nombres exóticos, moriscos, como el membrillo, la zamboa, granadas y azofaifas, almecinas, acerolas y majoletas, las primeras castañas, nueces y también los madroños de sabor casi desconocido para los niños de hoy. En el granadino Carmen de los Mártires había una plantación de madroños, que los daba de calidad y buenísimo paladar.

Aunque por encima de todo, casi como una obligación, estaba la compra de “una torta de la Virgen”. Era práctica habitual que el hijo mayor varón de cada familia llevara a su casa una torta para su madre el día de la Virgen.

Se comían casi siempre con nueces y las hacían deliciosas, con cabello de ángel o sin él, con nueces, pasas... pero sobre todo con abundante azúcar, en los hornos del barrio de San Lázaro y otros más céntricos. Fueron siempre de las golosinas más apetitosas del abigarrado escaparate frutal del Campillo, entonces con unos puestecillos muy modestos alumbrados con mecheros de carburo.

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NITO - Otoño de 2008 -

 

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