jueves, 12 de febrero de 2009

NI LIMOSNA NI PENA

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Ni limosna ni pena para Vicente el Granaino

Me sorprende mi amiga Carmela, que no es murguera porque no quiere, pero que está al quite en todo lo relativo al Blog, con este artículo oportunísimo que me manda y que apareció en la prensa hará unos dos años. Algo largo pero del que no quise mutilar nada, por lo sustancioso.

Vicente el Granaíno, guitarrista que ha dado la vuelta al mundo con su arte, es un ciego de nacimiento que desmiente el famoso y cacareado ripio. Nos recuerda, con ocasión de la patrona de la ONCE , sus ochenta años de discos y conciertos

A los seis años

Comenzó de niño a tocar la guitarra y hoy en día todavía se arranca. "Está pasado de moda", dice Vicente el Granaíno de los versos de Icaza: Dale limosna mujer, / que no hay en la vida nada, / como la pena de ser, / ciego en Granada. «A mí lo de la limosna me da igual. Por el contrario, me gusta que se diga que Granada es bonita».

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Vicente nació en la Carrera del Darro hace 80 años. Nació ciego y sigue ciego. En sus ochenta años de vida ha visto de todo. No es coña. Guitarrista exquisito, la ceguera nunca le puso contra las cuerdas. De hecho, le llevaron por medio mundo: «He trabajado en México y en Estados Unidos. He vivido en Madrid. He actuado por Europa. Tengo 600 grabaciones. He ofrecido infinidad de conciertos. Me he casado dos veces. He enviudado otras dos...» En suma, una vida plena. Mejor aún. Una vida normal.

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Vicente es granadino de la calle Santa Ana, paralela a la Carrera del Darro, donde no vio la luz al nacer hace ochenta años. Tampoco importa. Cuando pasea por su barrio reconoce de memoria cada rincón, cada escalón, cada recoveco. «Los ciegos tenemos infinitamente desarrollados nuestros sentidos», explica. «Yo oigo los huecos, los escalones. Yo oigo las puertas», insiste. «Es como si sintiera cómo respira cada calle». Y, de verdad, es impresionante la soltura con la que se desenvuelve por Plaza Nueva, «el lugar donde crecí»

Quizá su ceguera despertó en él desde pequeño su amor por la música, por los instrumentos. Y empezó por las campanas: «Me subía al campanario de Santa Ana a toda velocidad por su escalera de caracol con ciento noventa y pico escalones», sonríe. «Me gustaba la música y aprovechaba». También trasteaba, y le cortaba la cuerda al campanero «hasta dejarle solo un espartillo, para que al tercer campanazo se le rompiera», y ríe a carcajadas al recordar su mocedad.

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Doce pesetas de 1930

A los seis años comenzó su amor por la guitarra. «Costó doce pesetas de las de los años treinta». Cifras prácticamente paleolíticas para los actuales cánones. También comenzó su educación. Iba a clase en el Centro Instructivo y Protector de Ciegos, en la calle Ancha de Santo Domingo. Luego nació la ONCE, tal día de Santa Lucía, como el pasado jueves, de 1938. «Así que pasé a la calle Varela, donde se ubicó el primer edificio de la ONCE», organización de la que es «socio fundador». Entre campanazo y campanazo, travesura y travesura, aprendió solfeo y música de un maestro francés «y guitarra del maestro José Recuerda, también invidente».

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acompañando a los cantaores en las antiguamente llamadas ventas. «Eran días de juergas, en los que los ricos pagaban por el flamenco, y yo era joven y guitarrista». Así que la vida de Vicente fue, literalmente, de juerga en juerga desde el colegio hasta los años sesenta, década en la que se dedicó a salir de gira, «a los espectáculos de variedades».

Llegó hasta México con un contrato de dos meses en el bolsillo «y me quedé 27». Allí conoció a los famosos mexicanos de la época, se bañó en Acapulco, en Puerto Vallarta y recaló en Monterrey. Y también en América del Norte conoció al que sería su mejor amigo. «Se llamaba Don, mi perro guía. Me lo regaló el presidente Eisenhower, tras un concierto en Nueva York».

-¿El presidente de Estados Unidos?

-Sí, el presidente de Estados Unidos me lo regaló. Pero por aquel entonces ya no lo era, responde Vicente.

El don de Vicente con la guitarra se combinaba así con el nombre de su perro. Y ambos triunfaban. Don fue el segundo perro guía de España, «y me sacaban en los periódicos», recuerda mientras busca en su ordenador los viejos recortes escaneados.

«Gracias al programa que inventaron, en el que el ordenador nos habla, aprendí a manejar el pecé hace ya diez años». Y entonces despliega los menús y aparecen sus grabaciones, convenientemente ordenadas y tituladas. «Todos los cacharros nos hablan a nosotros, los ciegos», explica. «Me habla este ordenador, me habla el reloj de pulsera y tengo un teléfono móvil que también me habla», resume.

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Recuerdos digitales

En ese ordenador guarda buena parte de su vida. Una vida que después de México le llevó a Madrid, donde recaló hasta su jubilación, en 1989. «Era el guitarrista oficial de la casa discográfica Belter». Con ellos realizó seiscientas grabaciones. Y salía de gira. «He acompañado a todos y a los más grandes». Se refiere a Juanito Valderrama, Antonio Mairena o Rocío Jurado. También fue una buena época en la que hacía vida normal. «No usaba bastón, cogía solo el metro y tres o cuatro veces al mes me llamaban de Barcelona para grabar».

Con la jubilación volvió a Granada, a un buen piso desde el que se ve el Barranco del Abogado, el Realejo, la Torre de la Vela. «Son unas buenas vistas», dice orgulloso. Y uno no se resiste a preguntarle.

-¿Le ha importado ser alguna vez ciego?

-Nací ciego. No sé como es la vida de otra forma. Hay que saber ser ciego en cualquier sitio. Tienes que adaptarte... y echarle buen humor.

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NITO

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