Artesonado pasillo Peinador de la Reyna.
Antigua entrada al Generalife
Piso inferior del Peinador de la Reyna
Detalle Torre de las Cabezas
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Artesonado pasillo Peinador de la Reyna.
Antigua entrada al Generalife
Piso inferior del Peinador de la Reyna
Detalle Torre de las Cabezas
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Romería de San Miguel
En pleno “ecuador membrillero”, es decir, en este nuestro particular veranillo de San Miguel, me vienen a las mientes un suceso que me contaron mis viejos:
“Hará pa 70 años, en la gran jornada de la romería de este Santo, cayó una enorme tormenta de agua que arrastró cuestas abajo tal cantidad de almecinas, majoletas, acerolas, erizos de castaño y demás vituallas que se vendían en puestecillos y tenderetes para los peregrinos que allí subían, que alfombró totalmente Plaza Nueva. Esto te da medida de la importancia que adquirió «la subida al Cerro» y del personal que allí acudía”.
A mayor abundamiento, y queriendo yo profundizar en el tema, cae en mis manos por puro azar, una monografía titulada:“Ritual de la Cocina Albaycinera” de Mariano Cruz Romero, y cuya entrada copio.
“Afán de Ribera ha dedicado páginas muy divertidas y también emocionadas a «La subida al Cerro». Decía: « ¡Cómo te resucitas el día del Santol ¡» y añadía (refiriéndose al Albayzín orgulloso), «Todo se engalana para que la gente de allá abajo vea que algo queda de su pasado esplendor». Los autores que hemos venido citando recuerdan las frutas que se consumían durante la fiesta: membrillos de carne amarilla, gamboas (azamboas), acerolas como melones, azufaifas de cuello vuelto, granadas de Fuente Peña (como la sangre, de grano negro), nueces mollares, almecinas, majoletas, cacahuetes, girasoles, erizos verdes e higos chumbos. Frutas que aún siguen ofreciéndose en la romería, de la misma manera y por el mismo tipo de vendedores, y con el mismo sistema de pesos y medidas: el «puñao». Con las almecinas (un «puñao» por un duro hoy) se regala el canuto de caña, arma de gran precisión para disparar el hueso de la almecina a la pantorrilla o el bullarengue de las mozas o al cogote de los malafollás. Es un juego vitamínico”.
La historia de la Romería
En la época de dominación árabe existía la leyenda de que en el conocido Cerro del Aceituno o también Cerro de los Diablos, había un milagroso olivo que sólo en un día era capaz de ofrecer sus frutos con todo el proceso de maduración de manera simultánea. Y con tal se celebraba una fiesta en el día de la Ankara junto a una torre que allí se elevaba.
Después de la conquista cristiana de la ciudad el lugar pasó a llamarse Cerro de los Ángeles y se edificó una pequeña ermita en la que se dijo misa por primera vez en 1673. Esta ermita fue arrasada por los franceses en 1810, pero el empeño de la Hermandad la volvió a erigir en 1828.
Aunque es una fiesta local del barrio del Albaicín, tiene una enorme repercusión en toda la población de Granada que asiste a la romería que comienza a primeras horas de la tarde.
La Ermita del Arcángel San Miguel, San Miguel Alto, preside la ciudad de Granada puesto que se encuentra en un alto, el Cerro del Aceituno, en la muralla del siglo XIV. Se celebra la romería de San Miguel Alto el último domingo de septiembre, que es prácticamente la única vez al año que se abre la ermita. Desgraciadamente, pues la estatua es tema de uno de los poemas más hermosos de Federico García Lorca.
El día de la romería, los romeros se dirigen al Albaicín en carretas y caballos, para sacar en andas una de las imágenes del Arcángel, hecha especialmente para salir en procesión. La imagen recorre las calles del Albaicín y regresa de nuevo a su ermita en la tarde.
La imagen original permanece en el altar. San Miguel tiene muchos devotos. Siempre se le ha relacionado con la Reconquista y la expulsión de los musulmanes. El tradicional dragón derrotado por el Arcángel tiene en Granada rostro moro.
NITO
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Cuando algún visitante de Lastres (ese pueblo tan marinero y tan de actualidad por haberse rodado en él la serie del Doctor Mateo), quiera compartir y disfrutar de toda una profunda sabiduría y cultura marinera sólo tiene que entrar en agradable conversación con cualquier pescador llastrín.
El ayer en Luanco
La vida de cada uno de estos marineros es una biografía única y apasionante digna de los mejores narradores. Sus vidas están empapadas de una filosofía muy peculiar de la existencia, curtidas por el salitre, por los golpes de mar, marcadas y laceradas por muchas frustraciones, por miles de singladuras y batallas ganadas heroicamente a la mar día a día, generación tras generación, sacando adelante a sus familias y construyendo de forma humilde y admirable su país.
En la actualidad
Aquí os traigo una narración de Faustino Martínez, contada en el “Astilleru” de Luis Montoto (artesano y maquetista del Mar y al que visité este verano), que nos da una idea de la dureza del oficio en aquellos tiempos, incluso para los niños o rapaces.
Los niños raqueros
Los «rapaces de lancha», niños de entre 9 y 12 años entre cuyas tareas tenían la de ir llamando casa por casa para despertar a los pescadores para salir a la mar. Estos niños de las lanchas besugueras acostumbraban a llamar a los tripulantes a la una y a las dos de la noche, tocando bígaros (caracolas) y otros instrumentos.
“…Era una escena repetida durante siglos en las madrugadas del pueblo de Llastres antes de llamar pa la mar, el patrón de la lancha se asomaba al corredor o al balcón de su casa para escuchar el ruido de la mar, el estado de la mar. Era necesario que el patrón sondeara el tiempo.
De fiesta en el mar
Luego saldría el rapaz de lancha por las empinadas callejuelas del pueblo llamando: - ¡ Fulanu... pa la mar...! -. A veces se bajaba hasta el muelle para tomar más datos, se oteaba el horizonte, el escamón. Se evaluaba la situación y hasta se tanteaba la suerte si es que algún valiente salía a la mar en difíciles condiciones. Otras veces había que dar vuelta para casa porque había mucho rendoriu , o porque ruxía demasiado la mar en el pedreu , el Penote, el Escanu, o porque ruxía el Ucalitón de San Roque, o porque corría mucho el semblante . Pero donde nunca faltaba la mirada era al monte de Carrandi, (El Sueve). También se cotejaba si corría el semblante (las nubes), la dirección que llevaba, en la Luna, en las gaviotas, en la luz del ambiente en el alba. En fin, en toda la naturaleza.
Ahora los marineros escuchan las previsiones científicas del tiempo. El mapa del tiempo es escuchado y estudiado como necesidad vital. Se conecta con emisoras, como la de Arcachon, la BBC., y otras. Ahora tienen a su alcance la radio, el teléfono por satélite, el radar, el eco o sonar, estudian astronomía, utilizan el sextante, tienen el radio goniómetro, marcan rumbos, pero sobre todo tienen a su disposición el uso del G P S (Global Positional System).
Ya en la mar, los pescadores de Llastres observaban la corriente, la profundidad, las respingas, el sable o el cantil (zona del fondo del mar, entre la roca y la arena), marcaban, anotaban los lugares donde había pesca, las horas en que echaban y levantaban sus aparejos, las circunstancias de la buena o mala pesca, detectaban la presencia de pesca con las riadas, la profundidad en la que habían sido echadas las diferentes artes de pesca (rascos, tresmayos, boliches, palangres, redes, miños, volantes, nanses, pesca al deu , al pinchu, al ardor, a galdiar, al abareque, al tanqueu, etc), evaluaban el comportamiento de la hechura de sus aparejos. Siempre hubo entre los pescadores auténticos sabios curtidos en la observación de estos datos que anotaban en su memoria, o en sus pequeños cuadernos de bitácora, y que transmitían a sus descendientes, de generación en generación. Algunos de estos datos de observación eran secretos, otros compartidos con los verdaderos amigos, y otros eran patrimonio de todos por la experiencia común”.
NITO
Cuando visité, en la primavera pasada, la localidad asturiana de Luanco, ya os dije cómo quedé impresionado por su bonito Museo Marítimo. Tanto que, aprovechando una escapada veraniega al Principado, ahora en Agosto, me acerqué de nuevo al citado museo interactivo del mar.
No encontré a don José Ramón García, su director, al que me habría gustado volver a saludar, pero sí estaba allí el motivo de mi visita y a la que seguiré visitando mil veces que por allí pase: La maqueta de la Vapora de pesca.
Todo el sabor y la nostalgia de la flota pesquera de primeros del S. XX están entre sus cuadernas. Con la lancha vapora se podía sustituir ya a la trainera arbolada, convirtiéndose ésta en una embarcación de todo tiempo y capaz de faenar con todo tipo de arte conocido hasta el momento. El viejo problema del buque estacional se superaba por fin, dando paso al pesquero polivalente, rentable y útil todo el año.
Foto tomada de un cuadro en un escaparate de Llanes
Fue quizá la célebre galerna de 1912 la que motivó el espaldarazo definitivo al vapor, pues de todos los pesqueros que se perdieron aquel fatídico día de agosto ninguno fue vapor, la suerte de la vela estaba echada. Se puede fijar el año 1900 como el de la llegada del vapor al Cantábrico. Las primeras lanchas tienen un escueto guardacalor al centro de la eslora y el timonel se sitúa casi en la misma popa donde gobierna directamente el timón con una caña en la mayoría de los casos de madera. Pronto se le dota de una especie de púlpito para protegerle de la mar y, más tarde, de una caseta acristalada.
Dos detalles resaltan en los primeros modelos de estos vaporcillos: Su voluminosa caldera que ocupaba, junto con la cocina y la carbonera, la casi totalidad de la bodega y sus velas auxiliares que facilitaban el aproar al viento el barco en las maniobras de pesca y que, con buen viento favorable, ayudarían a ahorrar algo del escaso carbón de regreso a puerto.
Con el tiempo, estas velas –proel y cangreja- desaparecieron al tiempo que aumentaba la potencia y fiabilidad de los motores. Aún así, los modernos motopesqueros cántabros, siguen presentando un pequeño atisbo de vela proel.
Vaporas en el puerto de Candás
Mi próxima maqueta, si es que me atrevo con mi vista y con mi pulso, ha de ser forzosamente, esta vapora pesquera de Luanco.
NITO
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Sacaban el agua de aquel aljibe de la Alhambra con un cubo de zinc que vertían en una gran pileta de piedra a modo de filtro natural de la que salía un grifo cromado de fantasía. Del grifo llenaban de agua un vaso alto y de grueso cristal en el que ponían una pieza alargada de azucarillo, un azúcar duro y esponjoso fabricado por la confitería Bernina, de Plaza del Carmen, más un chorrito de anís. El refresco incluía una maza de madera para disolver la piedra de azúcar: ¡Ya tenemos el “Agua azucarillos y aguardiente” de la famosa Zarzuela en versión granadina
No recuerdo nada más refrescante (aparte connotaciones sanitarias) que aquellos grandes vasos, imposibles de abarcar con una mano y en aquel fresco paraje. Aquello desapareció de nuestras vidas, como otras tantas cosas, y nadie sabe muy bien por qué (seguramente Sanidad tendría mucho que decir), como desapareció la venta de agua de Lanjarón por vasos (igualmente de cristal) en el despacho de mármol blanco de la calle Reyes Catódicos y como desaparecieron los Espumosos de la Carrera de la Virgen: (¡Ay, de aquellos espumosos del “Támesis”…! Darían tema para escribir un libro… ¡Ay, y quien me ayudara a ello…!
Autor: "Fotógrafo Accidental"
Pero es que, antes aún, también Granada se quedó sin la figura del aguador con su borrico, y sin el pregón cantarín de la ganivetiana agua del Avellano, por calles y plazas.
NITO